Nota: Esta entrada me quedó un poco más larga que otras. Pero también mucho más bonita, if I may say so myself.
Cero
Seguramente has escuchado que las personas vamos por la vida enseñando lo que necesitamos aprender, y en general yo he visto que es cierto. No sé si se pueda generalizar al 100% pero tampoco es falso.
En los casi ocho años que llevo escribiendo este blog, que es uno de mis principales espacios de “enseñanza”, he notado distintos matices de este fenómeno.
A veces escribo sobre algo que tengo super trabajado y en cierto sentido ya “aprendí”.
En ocasiones me animo a escribir algo que todavía no tengo tan claro, como para comprenderlo mejor, y casi siempre que hago eso el resultado de la entrada no me convence y suelo borrarla unas semanas después, o editarla considerablemente.
Y, curiosamente, estas entradas son de las que menos resuenan con la gente, lo cual muchas veces noto por la falta de likes en mi página de FB o por los comentarios que no recibo.
Casi siempre escribo desde un punto medio. Temas que ya experimenté y de los cuales vi varias aristas (no sé si sea posible verlas todas), y ya puedo dar mi perspectiva. Todavía no es algo que se siente “obvio”, pero ya es un espacio desde donde me puedo mover libremente.
La presente entrada es un tema que todavía no domino en la práctica pero me veo motivada a compartir desde ahora. Para entenderlo un poco mejor pero también para recordármelo a mí misma. Porque cuando ya publiqué sobre algo, se vuelve más real de cierta forma para mí.
En ese sentido, te invito a ser testigo de lo que suceda, quizá notes que está siendo un texto distinto a los que normalmente escribo.
Uno
Me cuesta mucho trabajo hacer las cosas lentamente.
Es como si me moviera entre dos extremos: hacer todo con un frenesí alocado en pos de una eficiencia que siento como un mandato irrefutable, o quedarme estancada, aferrada casi al lugar donde estoy, donde quizá pasan cosas tras bambalinas pero externamente no se ve que se mueva nada.
El año pasado fue para mí un tiempo en el que me acerqué mucho más a aprender a llevármela lento.
A inicios de año, estaba creando un proyecto y sentía una gran urgencia por terminarlo. Sentía que si no lo acababa antes de julio-agosto, más o menos, algo malo iba a pasar.
Como que se me iba a ir la idea, a pesar de que ya la había escrito y ya le había dado la bienvenida.
El resultado fue que me presioné a mí misma. Me forcé a trabajar cuando no tenía ganas, en nombre de una “disciplina” mal comprendida (¿te ha pasado con los idiomas?).
Cada vez que me sentaba a escribir, tenía una sensación muy fuerte de prisa (que nadie más que yo creaba y reforzaba) y quería hacerlo todo rápido.
Quería aprovechar al máximo el tiempo y escribir millones de palabras por segundo. Cuando me cansaba, me obligaba a seguir “solo cinco minutos más” o “hasta terminar esta idea”.
De verdad creía que estaba haciendo lo correcto, que así era como las grandes obras se creaban.
Y puede ser que a algunas personas les funcione, no estoy diciendo que no.
Pero para mí fue contraproducente.
Yo no funciono así y mi cuerpo me lo cobró: a la mitad de este frenesí, un dia de lluvia me caí en un hoyo.
Independientemente de si estás de acuerdo o no con estas ideas de que los síntomas o las enfermedades son metáforas de lo que está pasando en nuestra vida, o una forma de comunicación de nuestro ser hacia nuestros necios egos, para mí fue muy claro.
Me esguincé el tobillo y me vi forzada a caminar lento. En cuanto acompañé a mi hermano al aeropuerto un día después y había que correr para alcanzar la hora del registro y yo tenía que ir despacio, más despacio, dolorosamente despacio, tuve la revelación:
este es el mensaje de que voy muy rápido
Y aun si no lo es, decido tomarlo como tal y aprender la lección.
Dos
En ese momento dejé de lado mi proyecto. Me gustaría decir que fue desde un lugar de comprensión profunda de la vida pero más bien fue desde el berrinche de Nada de lo que intento me sale bien, y desde el miedo a que me volviera a pasar algo o que me enfermara.
Me prometí que descansaría un mes o dos, y después lo retomaría, pero simplemente ya no podía. Me acercaba al proyecto y sentía mucho rechazo desde mi cuerpo. Y ya no quería forzarme, ya no le veía ningún sentido.
Entonces lo dejé ir, confiando en que en algún momento iba a sentir que era el momento de retomarlo, y si nunca lo sentía, entonces significaba que la misión de ese proyecto en mi vida no era que yo lo trajera al mundo, sino solo enseñarme que forzarme a ir más rápido y negar mis necesidades de descanso no me llevaban a nada bueno.
Ahora que ya pasaron más o menos ¾ de año desde que pasó eso, por fin estoy sintiendo que es momento de retomar el proyecto, así como de escribir otras cosas.
Tres
He estado pensando mucho en esto de la forzación. Hasta escribí una entrada sobre ello, y creo que ya estoy llegando a una comprensión mucho más clara de cuáles son los patrones que me hacen ponerme a trabajar a marchas forzadas.
No ha sido fácil porque es algo que la cultura no sólo promueve sino que premia.
“Si no duele no sirve”, “todos tenemos 24 horas en el día” y frases parecidas nos han lavado el cerebro y nos han convencido de que si escuchamos a nuestros cuerpos cuando nos dicen que tenemos que descansar (o si admitimos que solo podemos hacer algo durante 15 minutos al día antes de agotarnos) nos vamos a meter en problemas y no vamos a lograr lo que queremos.
La verdad es que en cierto sentido fue un golpe al ego darme cuenta de que yo también caí en eso.
Creía que ya lo tenía “superado” porque ya había pensado mucho en torno a cómo nos violentamos a nosotras/os mismas/os en un afán de obtener lo que queremos o lo que nos han convencido de que será bueno para nosotras/os.
Pero siempre hay puntos ciegos que podemos seguir descubriendo con nuestra experiencia, y es mucho mejor eso que ir por la vida creyendo que ya lo tenemos todo resuelto.
Eso también aprendí.
Cuatro
Como dije, ahora quiero retomar mis proyectos. Casi todos tienen que ver con escribir.
Me he enfrentado en el pasado a la sensación de que si solo escribo x palabras en un día nunca voy a acabar.
El futuro de mi texto da una especie de vértigo y eso hace que prefiera no escribir nada, mintiéndome a mí misma y diciéndome que voy a encontrar no solo un momento sino también la energía con los que pueda escribir 4 horas al día todos los días y acabar rápido.
Pero no es verdad, y no funciono así.
La única forma en la que he visto que se pueden hacer los proyectos es como la trilladísima gota en la piedra. Poco a poco. Día a día.
A mí me ha ganado la impaciencia muchas veces. Y también un poco la falta de fe. No en mí necesariamente, sino que muchas veces, por mi historia de vida, me ha pasado que llego con mucha ilusión a una [tarea] y algo sale mal muy mal, tan mal que lo tengo que abandonar.
Cinco
Estoy segura de que no soy la única persona a la que esto le pasa. Lo veo todo el tiempo en las personas que conozco que están haciendo su tesis, por ejemplo.
Me dicen que llevan años sin avanzar porque no tienen tiempo. Que les gustaría dedicarle dos horas al día a redactar o a investigar. Pero que están muy ocupados.
Cuando les pregunto si podrían encontrar 20 minutos al día, me dicen que sí, pero que así nunca van a terminar.
Yo los entiendo, y les digo (y me digo a mí misma) que en todos estos meses (y a veces hasta años) que llevan esperando que dos horas al día les caigan del cielo, ya habrían terminado si le dedicaran 20 minutos al día.
Lo mismo con la gente que quiere encontrar 10 horas a la semana para aprender un idioma.
No lo digo para hacerlos sentir culpables —como dije, es una trampa en la que también caigo muy seguido—, sino para escucharme a mí misma y ver si se puede grabar en mi ser.
Seis
Algo que me ayudó mucho fue una cita de Anaïs Nin (que Karen compartió conmigo antes de que me obsesionara, como ahora, con Anaïs) que dice, en escencia, que la mayoría de las personas adquirimos la verdad fragmento por fragmento, como un detallado mosaico.
Y mira que ella sabe de lo que habla porque escribió MUCHÍSIMO a lo largo de su vida, entre sus diarios, sus novelas, sus ensayos y sus poemas.
He decidido que, ahora, voy a ver todo lo que quiero hacer como un mosaico.
De hecho, hay cosas que siento que quieren ser llevadas a cabo así. No sé muy bien cómo explicarlo, pero esa sensación me da.
Cuando te acercas mucho a un mosaico, lo único que ves son pequeños cuadritos de colores, uno al lado del otro, sin mucho sentido. Pero después de un tiempo de haberlos puesto uno por uno, te alejas y lo que ves te deja sin palabras: una imagen hermosa, que construiste tú misma/o, día a día, con mucha paciencia y constancia, con mucha fe y llevándotela tan lento como tu cuerpo te lo pidiera.
Eso quiero hacer y recordar este año. Espero estar lista para recibir esa lección. Me gustaría muchísimo que fuera como me acerco ya por default a los proyectos.
Quizá esa sea el secreto, o la única forma de hacer cosas a largo plazo.
Si no lo es, de cualquier forma prefiero intentarlo así. Siento que hay mucho más espacio.
Tantos años siguiéndote y sigues sorprendiéndome. Yo también estoy en una etapa en la que estoy aprendiendo a tomarme los proyectos con más calma. Y, la verdad, soy más feliz.
Me da gusto leer eso, Juan 🙂
me encanta como escribes, sigue adelante…
Gracias, José 🙂
Interesante hipótesis… Voy a probarla!
me cuentas qué pasa? 🙂