Sé que suena raro y hasta un poco contradictorio, pero no me gustan los consejos.
No me gusta que me den consejos, y me parece absurdo que la cultura nos haya metido en la cabeza la idea de las personas necesitamos ser aconsejadas.
«¿No tienes un blog donde das consejos?»
Sí pero no. Veamos. Al principio, sí daba consejos. «Haz esto», «Intenta lo otro». Hasta escribía en modo imperativo.
Poco a poco me fui dando cuenta de que la gente no hacía lo que les decía, lo cual me frustraba. Ahora entiendo que no tienen por qué hacerlo, duh.
Con el tiempo —quizá te diste cuenta— fui cambiando mi forma de escribir: «Te invito a hacer esto»; «Si te llama la atención, puedes intentar…», «Creo que sería interesante que probaras…».
Es más amable. Y, como sabes, la amabilidad es una de las cosas más importantes para mí.
Fui descubriendo con el paso de los años y a medida que profundizaba en mi «proceso», es decir, en mi conocimiento de mí misma y en mi aprendizaje sobre cómo relacionarme mejor conmigo misma, que era muy raro que necesitara que alguien me dijera qué hacer.
Es decir, si estaba en un momento de confusión, y lo quería comentar con alguien, me desconcertaba mucho que me dijera: «Yo creo que deberías…».
En cambio, lo que veía que me funcionaba era cuando me hacían preguntas para dilucidar lo que yo realmente pensaba. Que me ayudaran a quitar capas de confusión y de ruido mental.
O, en el último de los casos, que me comentaran su experiencia, o qué hicieron en situaciones similares y cómo acabó. Obviamente, teniendo en cuenta que somos personas distintas y que es difícil que nos pase lo mismo al final. (Eso, y que cada quién habla de la feria como le fue en ella).
A medida que fui notando todo eso, me fue desagradando cada vez más que me dieran consejos, aun cuando estaba convencida de que las personas lo hacían con la mejor de las intenciones (quererme evitar cierto daño o cierto malestar).
Incluso me comenzó a incomodar darlos, porque sentía que no estaba permitiendo que la persona contactara con lo que realmente creía que estaba bien y solo le añadía a su ruido mental.
Así, como en mi naturaleza está querer ayudar a las personas, fui aprendiendo a identificar las preguntas que hacen que se acceda a la «sabiduría organísmica» que todas y todos tenemos.
Descubrí las preguntas (y otras herramientas) que hacen que una persona confundida o «perdida» pueda dejar de estarlo. Encontré el camino (que no es que sea solo uno, pero digámoslo así) de la claridad.
Y, sobre todo, identifiqué los procesos para conectar con lo que yo sé que es mejor para mí, aunque en algún momento de confusión o de angustia no sepa que lo sé o haya perdido el hilo.
Si le das un consejo a alguien, aunque sea muy bueno, no le estás enseñando a descubrir qué es lo que realmente quiere o necesita en cada momento.
En cambio, si lo escuchas, lo entiendes y le haces buenas preguntas, le estás regalando algo que —además de que es difícil de encontrar en esta sociedad feíta— le va a servir para el resto de su vida.
Esto, obviamente, no quiere decir que voy a dejar de escribir «tips» para aprender idiomas o ese tipo de cosas. Pero quiero dejar claro desde dónde lo hago.
No desde el «Ven a aprender de mí, que tú no sabes y yo sí», sino desde «Mira, aprendí esto sobre la vida, te lo cuento porque quizá te ayuda a ver tu situación de manera distinta o a darte cuenta de algo sobre ti».
«Pero yo siento que necesito un consejo»
Si estás en una encrucijada o en un momento de confusión o agobio, es natural si sientes que necesitas que alguien que sabe más de un tema, o que es mayor que tú, o que te da confianza, te diga qué hacer.
Y en ocasiones es lo que termina ayudándonos a tener otras perspectivas.
Sin embargo, en mi experiencia, me ha sido de mucha más utilidad que me ayuden a darme cuenta de cosas que no estoy viendo por medio de preguntas, porque eso desencadena un proceso de aprender a cambiar yo misma mi forma de ver las cosas en el futuro y estancarme o «perderme» menos.
A lo que voy es que está bien si sientes que necesitas consejos y si los pides. No es mi intención hacerte sentir mal si los buscas. Tendrás tus razones y estoy segura de que son buenas 🙂
Confianza
En general, cuando escribo alguna entrada un poco más personal que otra en este blog, digo que no necesito consejos y es verdad. Desde que comencé a ver todo lo que escribí arriba, me di cuenta de que nunca los necesito.
Claro, puedo querer otras perspectivas, que alguien me cuente su experiencia, pero ya nunca le pregunto a alguien Qué hago, o Qué me recomiendas, sobre todo porque es una forma muy —muy— sutil de echarle mi responsabilidad sobre mi vida a otras personas. (A fin de cuentas, si algo sale mal es porque ella me dijo que lo hiciera).
He ido desarrollando una confianza básica en mí y en la sabiduría de mi ser. Sí por lo que he leído y vivido, pero más porque sé, sin una sombra de duda (como se dice en inglés), que los seres humanos somos dignos de confianza.
Cuando se le da un consejo a alguien desde el «Yo creo que deberías hacer…», estamos diciendo algo así como «No confío en que tú puedas descubrirlo por ti misma».
Le quita poder a la gente.
Y yo estoy a favor de que se nos regrese ese poder (sobre todo a las mujeres).
Yo confío en ti. Confío en que sabes qué es lo mejor para ti.
Confío en que tienes la capacidad de descubrirlo si no lo tienes claro en este momento.
Confío en que si te metes en un problema o cometes un error, podrás resolverlo.
Confío en que sabes qué estás haciendo aunque ni tú misma/o lo entiendas por ahora.
Confío en que necesitas andar tu camino porque es tuyo y de nadie más.
Confío en que estás exactamente donde tienes que estar y que estás aprendiendo lo que necesitas aprender.
Si te sientes un poco perdida/o y te gustaría que te ayudara a descubrir tu propia verdad sobre algún tema y no te gustan los consejos, pon mucha atención a tu correo en días próximos (o suscríbete al blog) para saber cómo*.
*Ya sé que la última vez que
dije esto no envié nada, lo siento,
se cruzó el temblor.
Yo tampoco soy de muchos consejos, ni recibirlos ni darlos. Más que consejos es contar la experiencia de uno por si sirve de algo. Pero creo que cada uno tiene que andar su propio camino y cometer sus propias equivocaciones pues de los errores es de lo que más se aprende. Aún así, coincido contigo, el que los necesite que los pida, nadie ha dicho que eso sea malo. Un saludo
así es! Saludos
«Confío en que estás exactamente donde tienes que estar y que estás aprendiendo lo que necesitas aprender.» más que de acuerdo. 😉
🙂
¡Muy buen tema! Para mí, los consejos que son recetas de cocina (haz X y luego Y) son útiles cuando no sé por dónde empezar a resolver un problema.
Por ejemplo, cuando estudiaba Alemán me servían mucho los trucos/consejos que me daban mis maestros y compañeros para reconocer errores en los textos que escribía.
Partiendo de esa base fui desarrollando mi confianza hasta el punto de crear mis propios trucos y técnicas.
Tal vez la utilidad de un consejo depende mucho del punto de partida donde te encuentras. Cuando estás completamente perdido son muy útiles pero cuando ya tienes camino andado, los consejos te limitan y te quitan poder, como bien mencionas en este post.
Es verdad