Te invito a acompañarme en experimento de identidad para ver si, como he leído que sucede, cambiar lo que creemos que somos ayuda a modificar lo que pasa fuera de nosotros.
Pero antes, un poco de antecedentes.
Durante varios años, me he creado (y creído) la identidad de “mata-plantas”.
La primera planta que maté (o, mejor dicho, dejé morir) fue una hortensia. Aunque tenía el color más bonito del mundo, y la regaba diario, hubo un momento de mi vida en el que salía de mi casa a las 6:40 de la mañana y regresaba como a las 10 de la noche, lo que hizo que perdiera el hábito de regarla y la flor se marchitó.
Después mantuve la planta en sí, ya sin flor, con la esperanza de que volviera a salir, pero como no lo hizo, sin querer queriendo la dejé morir.
(No, no me siento orgullosa de eso).
La segunda planta que maté fue una albahaca, una de mis hierbas favoritas para cocinar.
La compré en una maceta mediana y la regaba todos los días. Le iba arrancando hojas para cocinar con ellas, y aunque siempre tuve presente que no había que dejarla sin hojas para que pudiera hacer la fotosíntesis, un buen día se empezó a marchitar y por más que la regaba, ya no tuvo remedio.
La tercera planta que maté (ya, solo son tres) era—en teoría—una planta endémica de México que tiene unas flores amarillas que—en teoría—atraen a las mariposas. No recuerdo cómo se llama.
Un señor en el parque me vendió las semillas (junto con otras muchas cosas) con unas técnicas irresistibles de persuasión y llegué a sembrarlas. Nunca esperé nada de ellas pero para mi sorpresa, comenzaron a salir brotes.
Me emocioné mucho y los cuidaba como si su vida dependiera de mí (sí lo hacía) y no recuerdo qué pasó, o ya lo bloqueé, pero de un día para otro ya no tenía brotes. Murieron.
Esos han sido todos mis intentos por mantener viva una planta que no me han salido.
(Ah, no es cierto, también maté una composta). 😦
Quizá suene muy tonto, pero eso ha sido fuente de frustración en mi vida. Hasta me he convencido de que no me interesan las plantas y que puedo vivir perfectamente bien sin ellas.
Eso hizo que llegara a la conclusión de que soy una persona irresponsable, por ejemplo, e incluso me repito a mí misma que debería tener un cactus o algo más independiente para que no muera.
Cabe aclarar que es inconsciente lo que me pasa. No tengo claro en qué momento dejo de regar las plantas, o qué señales de que se están muriendo no veo, o qué pasa. Lo único que sé es que tiene que ver con mi ignorancia sobre temas del jardín, entre otras cosas nebulosas.
Pero hace unas semanas estaba platicando con mi amiga Ch, quien tiene un gran amor por las plantas y le dije que me gustaba mucho el cilantro, el perejil y la menta y me regaló semillas de las dos primeras.
Me dije a mí misma, las voy a sembrar y no dejaré que se mueran. (Hoy voy a cambiaaaar).
Pero no lo hice porque mi identidad de mata-plantas me ganaba.
Entonces, sin que yo me lo esperara, un día ella llegó con una plantita bebé de menta. Lo primero que hice fue emocionarme y luego preocuparme porque mi mata-plantismo ya tenía una nueva víctima.
Después, la pasé a una macetita que no recordaba que tenía guardada y la dejé bajo el sol, junto al resto de plantas que viven en mi casa (y que han sobrevivido porque no están a mi cargo, evidentemente).
Al día siguiente me di cuenta de que la pobre menta se estaba quemando, y entré en pánico, pero como no se había muerto había esperanza. La puse en un lugar con más sombra y le puse agua.
Como vi que le gustó su nuevo lugar, una esperanza comenzó a nacer dentro de mí: ¿Y si esta vez puedo no solo no matar una planta, sino hacer que viva y que explaye toda su tendencia natural al crecimiento?
Estos días he estado cuidando la menta. Pienso en ella todos los días. La voy a visitar en las mañanas y veo si el lugar en el que está le sigue gustando. Le echo agua. Voy viendo que tiene unos brotes mini y casi lloro de la emoción.
Hasta me animé a sembrar las otras semillas que Ch me regaló.
Y entre todo esto, se me ocurrió algo que había leído antes:
Quizá las plantas que han perecido lo han hecho porque yo pienso de mí que soy una mata-plantas.
Si dejo de pensar que lo soy, y lo que es mejor, si pienso que soy una cuida-plantas, o una persona que tiene lo que se necesita para tener un pequeño jardín, incluso ANTES de que la realidad me lo demuestre, ¿qué pasaría?
He estado jugando con esa idea. Cambiar de identidad de mata-plantas a cuida-plantas es difícil. No lo sabía, pero hay un montón de sentimientos y emociones estancados en eso, y veo cómo surgen dentro de mí voces de alarma:
Si soy una cuida-plantas, ¿significa que soy responsable, que soy cuidadosa? ¿Qué va a pasar ahora en otras áreas de mi vida si me doy cuenta de que no soy tan irresponsable como creía?
De verdad me da miedo.
Haber sembrado las semillas está mostrando cosas de mí que no había querido ver. Por ejemplo, que para muchas cosas soy una mujer de poca fe. Si no veo resultados rápidos, entonces creo que no sirve.
Pero con las semillas no hay de otra, solo paciencia. Soy muy impaciente, y unos fetos de planta me ponen a prueba.
La verdad es que no sé si las plantitas van a seguir vivas durante mucho tiempo.
Pero estoy haciendo lo mejor que puedo. Estoy atreviéndome a dejar caer una identidad que yo tenía y que, por lo visto, no me estaba sirviendo. Estoy dejando que las plantitas me enseñen cosas que necesito aprender sobre mí, y estoy permitiendo que surjan cualidades positivas que tengo que, por miedo o por qué sé yo, no suelo dejar salir o admitir que poseo.
Es toda una aventura, y me gustaría invitarte a vivirla conmigo, si es algo que te interesa:
Para hacerlo, puedes pensar en alguna identidad que tengas, algo que opines sobre ti mismo(a). Por ejemplo, «soy mala para los idiomas». «Soy pésimo para la pronunciación / para la gramática». «No tengo suficiente disciplina para estudiar todos los días».
Después, elige lo opuesto: «soy buena para los idiomas». «Soy bueno para la pronunciación / para la gramática». «Sí tengo suficiente disciplina para estudiar todos los días».
No tienes que creértelo (de hecho, tu mente te va a decir que estás loco(a)). Solo observa qué sucede. Es muy probable que te enojes y comiences a sentirte amenazado(a): “¡Yo no soy así!”
Si te interesa, comienza a jugar y a encontrar pruebas de que quizá esa nueva identidad es algo real en ti. Por ejemplo, observa cuándo sí tienes suficiente disciplina, aunque sea para lavarte los dientes todos los días.
Quizá poco a poco la vieja identidad se vaya cayendo. Quizá no. Pero realmente creo que vale la pena probársela, como si de una prenda nueva se tratara, solo para ver qué pasa o qué surge, para saber un poco más de nosotros mismos.
¿Aceptas mi invitación? No tiene que ser ahora, de hecho es mejor si es a tu propio tiempo, cuando te sientas listo(a).
Gracias por leer.
Como maestra de español , tu experiencia refuerza las ventajas de escoger nombres hispanos al principio del año escolar. Si al pasar por la puerta y entrar en una sala de clase John ya no es John sino Juan, o Andrew ya no es Andrew sino Marco, el estudiante tiene permiso para cambiar de identidad con fin de maximizar su experience en la clase. Un estudiante reservado pero apasionado por el idioma puede portarse y expresarse libremente, si quiere, adoptando una nueva identidad.
Wow, nunca lo había visto así, Laura 🙂
Qué interesante post, Geo. Lo que dice Laura es cierto, muchas de las veces, no son sólo prejuicios creados por nosotros mismos, sino por los más cercanos, en particular la familia. Justo estos días reflexionaba sobre esa idea: los pensamientos y cambios de actitud cambian el entorno y la realidad. Te platico:
Desde hace dos semanas había estado lidiando con una gastritis terrible, después también colitis, y muchas cosas más, mi estómago era un caos y no sabía yo qué hacer (Ooooodio los doctores y los medicamentos, así que no quería ir con ninguno). Mi hermana me dijo de un doctor que cree que las enfermedades no existen, sino que todo depende del estado mental en el que nos encontramos. Me animé a ir con él y ¡oh sorpresa!, en un día comencé a mejorar.
Básicamente su filosofía es la que aquí planteas pero orientada a la medicina. Cada enfermedad tiene un origen mental, o mejor dicho, emocional, porque el cuerpo sólo es el reflejo de lo que la mente piensa. El doctor considera que el problema son justamente eso, los prejuicios, y que es importante olvidar el pasado, pues ayer ya no existe: Si has sido un fracasado toda tu vida, pues hoy ya no, hoy sólo vas a ser lo que quieras. Si ayer estaba cansada y enferma, hoy ya no, hoy estoy bien; y todo consiste en darle dirección a nuestros pensamientos para alcanzar la meta que queramos.
Quise compartir esta experiencia contigo, sólo nos demuestra lo poderosos que son los pensamientos.
Wow, Pan, qué interesante! Gracias por compartir.
Y sí, tienes razón, las historias que nos contamos son extremadamente poderosas.
Qué bueno que ya estás mejor 🙂
Me parece interesantísimo lo que cuentas, Geo. En mi familia hay muchísimas identidades creadas, las mujeres por ejemplo, «somos malas para la cocina» y es que la única que es una «buena cocinera» es mi abuela, que recibe y ofrece amor a través de sus excelentes guisos. Ante el monopolio de la matriarca, a mi madre sólo le quedó ser » la buena repostera», y a mis tías y a mi prima esas «a las que se le quema el agua». La verdad es que hay un sistema bastante patológico que no nos permite usurpar el papel de la abuela. Con ayuda de la distancia, yo logré romper con eso, disfruto muchísimo cocinar y lo hago bastante bien, para la sorpresa de todas los miembros de la familia, que cada vez que prueban algo hecho por mí siguen diciendo: «¿cómo, tú lo cocinaste?, pero si a ti se te quema hasta el agua».
En fin, todo esto para decirte que esas «identidades creadas» también responden a tu entorno y muchas veces son alimentadas por las personas más cercanas, porque es la forma en la que «deben funcionar las cosas».
En otros temas, y respecto a tu identidad de «mata-plantas», el albahaca muere cada año, para mí que en ese caso no fue asesinato, sino muerte natural.
Abrazos.
¡Qué buen comentario, Laura! Tienes razón con lo del entorno, lo terrible es que en general solo se suelen ver todas esas cosas desde fuera; cuando uno está totalmente adentro, es invisible.
Y gracias por lo de la albahaca, ahora me siento más tranquila 🙂